martes, 17 de agosto de 2010

SÍMBOLOS, los signos de la tierra transfigurada - Marie-Madeleine Davy (XVII)

EL TIEMPO DEL SÍMBOLO

El tiempo se presenta como un absoluto, y para captarlo conviene experimentar por uno mismo una nostalgia del conocimiento, una constante apertura, un apetito. En la medida de este deseo de conocimiento, de esta apertura, y apetito, el símbolo entrega su contenido, o mejor se revela, pues el conocimiento simbólico es comparable a una revelación.

Esta revelación posee a la vez un carácter personal e impersonal. Personal, ya que la revelación unida al símbolo depende del nivel de aquel que la recibe. Impersonal, ya que siempre es semejante y no varía en el tiempo. Si el conocimiento simbólico se presenta como una comunión, no consiste sólo en la unión del que aprende con el contenido aprehendido; sobrepasa estos límites. Como toda revelación, exige la transmisión aun siendo incomunicable. Esta paradoja, la volveremos a encontrar en el tiempo, en la misma medida de su sacralización.

Por ello el símbolo se presenta como un soporte a través del cual lo absoluto penetra en lo relativo, lo infinito en lo finito, la eternidad en el tiempo. Gracias a él se establece un diálogo y se opera una transfiguración: lo trascendente se impone. Dios quiere revelarse al hombre, el símbolo permite oír su voz. No se trata de contactos fugitivos y efímeros, o al menos dichos contactos sólo son fugitivos y efímeros en la medida en que aquel al que conciernen es incapaz de retener lo conocido, de traspasarlo a su existencia y vivirlo como tal.